Acabamos de comprar una bolsa de chuches, nos encantan. Nos gusta apostarlas, como si de amarracos se tratasen, jugando al mus. El problema está cuando alguno se come sus puntos y llevamos unas cuantas cervezas de más.
Nosotros somos de los que empezamos a hablar de una cosa y nos interrumpimos unos a otros, hasta darnos cuenta de que estamos hablando de siete temas a la vez. A uno le ha dejado la novia, la otra pilló ayer por la noche, el otro se ha enganchado a una serie buenísima, bla bla bla.
Nos gusta reír y nos gusta hablar (de todo y de nada). Cuando empiezan a oírse las primeras declaraciones de amistad (un "eh, tío te quiero" y un "joder hermano y yo a ti"), nos gusta pedir dos rondas de chupitos. Se supone que es cuando deberíamos dejar de beber, pero nos gusta ver que pasa si desafiamos el límite. Y entonces, empiezan a acumularse las copas vacías, a desaparecer todas las chuches y mordemos hielos como si de chicles se tratasen.
Aquí, es cuando llegamos al punto más interesante. Al de empezar a hablar de verdad, de contarnos aquello que estábamos atrasando porque "total, no importa", "si en el fondo ya lo saben" o esperábamos a decirlo lo más tarde posible. A veces lloramos, otras veces nos reímos de nosotros mismos y en algunas ocasiones también nos echamos la bronca. También compartimos el silencio, porque en el fondo sabemos que muchas veces nos sobran las palabras.
Nos gusta mirar al suelo y mirar al cielo. Nos gusta bailar hasta pisarnos los talones. Nos gusta pasear y quejarnos de que siempre vamos a los mismos sitios. Nos gusta contagiarnos la risa y muchas veces, contagiarnos las lágrimas. Nos gusta mandarnos a la mierda para luego darnos un abrazo porque, total, en el fondo eres mi mejor amigo.
Nos queda tanto por decir y tanto por callar que creo que nos faltan días para estar juntos. Cada uno escoge su camino y yo ya he escogido el mío. No importa a donde vayamos, siempre estaremos todos en uno y uno en todos.
Nosotros somos de los que empezamos a hablar de una cosa y nos interrumpimos unos a otros, hasta darnos cuenta de que estamos hablando de siete temas a la vez. A uno le ha dejado la novia, la otra pilló ayer por la noche, el otro se ha enganchado a una serie buenísima, bla bla bla.
Nos gusta reír y nos gusta hablar (de todo y de nada). Cuando empiezan a oírse las primeras declaraciones de amistad (un "eh, tío te quiero" y un "joder hermano y yo a ti"), nos gusta pedir dos rondas de chupitos. Se supone que es cuando deberíamos dejar de beber, pero nos gusta ver que pasa si desafiamos el límite. Y entonces, empiezan a acumularse las copas vacías, a desaparecer todas las chuches y mordemos hielos como si de chicles se tratasen.
Aquí, es cuando llegamos al punto más interesante. Al de empezar a hablar de verdad, de contarnos aquello que estábamos atrasando porque "total, no importa", "si en el fondo ya lo saben" o esperábamos a decirlo lo más tarde posible. A veces lloramos, otras veces nos reímos de nosotros mismos y en algunas ocasiones también nos echamos la bronca. También compartimos el silencio, porque en el fondo sabemos que muchas veces nos sobran las palabras.
Nos gusta mirar al suelo y mirar al cielo. Nos gusta bailar hasta pisarnos los talones. Nos gusta pasear y quejarnos de que siempre vamos a los mismos sitios. Nos gusta contagiarnos la risa y muchas veces, contagiarnos las lágrimas. Nos gusta mandarnos a la mierda para luego darnos un abrazo porque, total, en el fondo eres mi mejor amigo.
Nos queda tanto por decir y tanto por callar que creo que nos faltan días para estar juntos. Cada uno escoge su camino y yo ya he escogido el mío. No importa a donde vayamos, siempre estaremos todos en uno y uno en todos.